… Y EL SUEÑO SIGUE

Había una vez una niña de figura delgada, de mirada lejana y un tanto huraña; asustadiza hasta de su propio espíritu. Creció en medio de la insolvencia que caracteriza a las familias de condición humilde y numerosas, en un remoto y reminiscente lugar de su amada Colombia.
Soñadora y rebelde. -De niña escuchó que había puerta para entrar a los lugares donde pasarías la eternidad y que una de ellas era ancha y la otra angosta- Aprender a leer se convirtió en su puerta de entrada, la buscó incansablemente hasta que la encontró con la ayuda de muchos, entre ellos, aquella maestra de la escuela, que abrió su aula para que ella husmeara cuanto libro, cartilla, atlas había en el lugar.
Siempre supo que educarse era la llave que abriría, una y toda vez, la puerta de entrada a su ideal propósito “reescribir la historia de las mujeres de su familia”, relegadas a la crianza de los hijos y a los quehaceres del hogar. Ella sueña ser inspiración para que otras niñas y otros niños defiendan su derecho a vivir en un mundo más equitativo, más igualitario; un mundo que posibilite a todos, desde sus singularidades, desarrollos libres en lo personal, profesional, humano.
Es así como logró ir estructurando su pensamiento y enriqueciendo su intelecto en la escuela pública, con la mediación y el ejemplo de una maestra, que además de enseñar a los niños pequeños en la mañana, a los grandes en la tarde y a los adultos en la noche, bajo la romántica luz de una vela; era al mismo tiempo, la enfermera del lugar, la consejera y la única voz político-social de la comunidad. Su maestra, reverenciada en aquel entonces como una heroína de esas que leía en los libros de historia patria y hoy, como la Vicaria que le enseñó con su experiencia a amar el conocimiento, la ciencia.
Devorar cualquier texto que llega a sus manos, tendida en su catre o bajo la colcha; estudiar por su cuenta historia, ciencias, matemáticas recostada en un tronco de árbol que usaba como silla en el pasadizo entre la casa y la cocina; recitar poesías y lecciones en su escuela desde la cartilla Alegría de leer; desarrollar oficios domésticos y los emprendimientos de su madre para ganar algún dinero y apoyar a la familia, era su diario vivir. Desde que encontró su puerta de entrada, lee para ocuparse, para liberarse, para rebelarse, para sanarse…
Y, su propósito ha perdurado en el tiempo y el espacio; incontables adversidades iban apareciendo con cada nuevo sol; algunas la hacían tambalear y hasta caer, muchas veces. -Te caes con mucha facilidad cuando eres frágil- pero igual número de veces se levantaba y cada vez se hacía más fuerte. “¡Nada ni nadie puede robarte los sueños, ellos son solo tuyos”! es su lema. Quiso ser abogada para defender a quienes no pueden hacerlo por sí mismo, pero el deseo no fue suficiente para lograrlo; entonces vislumbra un mejor camino para su Ítaca “ser maestra y enseñar a otras niñas y a otros niños a escribir y a leer” ¡Una niña, un niño que aprende a leer puede transformar su historia y defender su derecho de ejercer su ciudadanía libremente, por sí mismo, sin necesidad de un abogado!
Y a eso ha dedicado su existencia, a revelar que el viaje por esta vida es transitable y que llevar la maleta cargada con conocimientos, sueños, ideales, valores espirituales exige gran esfuerzo, pero abre puertas a la felicidad, la libertad, a la transformación de realidades.
Sigue estudiando y lo hará siempre y, enseñando a niñas y a niños su puerta de entrada, ya no con la cartilla de las reminiscencias del antaño pero sí con la misma “Alegría de leer” gracias a una señora llamada Emilia, no la que canta aquella jocosa canción caribeña del Coroncoro, es otra que es pedagoga de apellido Ferreiro; ella la convenció de que “la lectura es un derecho; no es un lujo ni una obligación. No es un lujo de élites que pueda asociarse con el placer y la recreación, ni es una obligación impuesta por la escuela. Es un derecho de todos que, además, permite un ejercicio pleno de democracia” Además, sabe que leer es una rutina que mantiene joven el cerebro en la adolescencia tardía. Y el sueño sigue…