¿POR QUÉ SOY LECTORA?

Días atrás organizaba la biblioteca pequeña que tengo en casa, encontré allí un diccionario armado coleccionando las revistas del periódico El Tiempo, cuya contraportada tiene una nota escrita por mi padre, la dejó allí el año que ingresaba a la universidad, la cual dice: “Bibi, estar contento con poco es difícil, con mucho es imposible” Y precisamente fue desde lo escaso y lo poco con que he vivido gran parte de mi vida, pero ello no ha sido impedimento para acercarme al mundo de la lectura.

Exactamente no recuerdo a qué edad comencé a leer, recuerdo que fue con la cartilla Nacho lee y fue fácil acercarme a ella, mi madre practicaba conmigo en horas de la tarde. De pequeña no me leían cuentos, no había libros infantiles en casa. Sin embargo, conté con la dicha de vivir con mi bisabuela, una anciana de cabello blanco que desde su nobleza y bondad nos brindaba amor, escucharla era un acto sublime, aun puedo recordar las leyendas y anécdotas que solía narrarnos, ella estaba tan convencida de que lo que nos contaba era real, ello despertaba en mis hermanos, primos y en mi corazón una emoción única y la posibilidad de imaginar esas escenas que se hicieron reales en mi cabeza.

Lo más divertido de mi infancia era poder ir a la finca, en ese lugar amplio mis ojos y se sentidos se abrían de par en par, creo que en ese lugar nació mi sensibilidad por el mundo y lo que me rodeaba. Ya estando en segundo grado, recuerdo que empecé a ver diferentes formas de escribir, leer y escuchar las historias. Yo estaba predestinada a dejarme cautivar por la lectura y la escritura, en un principio inició como una necesidad, mi maestro Joaquín recalcaba que leer era importante para ubicarnos en el espacio fácilmente.

En los años de secundaria no fui la que mejor ortografía tenia, pero insistía, era diligente y perseveraba en aquella frase que hacía eco: “estudia para que seas alguien en la vida” y si mi familia no podía brindarme las comodidades y deseos que tenía, entonces debía esforzarme para tocar un poquito de cielo. Mis maestros de leguaje siempre fueron inspiración para mí, sus palabras y ejemplo fueron una herramienta útil para seguir avanzando.

Comprendí rápidamente que lo que hacía me traía consecuencias o beneficios. Si quería tener un libro para mi sola entonces proponía tratos, “yo te ayudo con la tarea, pero me regalas el libro” y así logré tener unos cuantos.  Afiancé mi pasión y gusto por la literatura en los años universitarios. Tiempo en el que observaba a un padre leer detenidamente el periódico y recomendarme las obras del nobel colombiano, en más de una ocasión me citaba historias textuales de El coronel no tiene quien le escriba o del Otoño del patriarca. No fue un hombre académicamente preparado, pero me dejó claro que la única herencia que nadie podía quitarme era lo que aprendía.

Hoy por hoy mi estilo de vida me lleva a una necesidad diaria de iniciar el día leyendo unas cuantas páginas. Puede llegar a mí un título, hago lo posible por encontrar el texto y si me cautiva, las demás actividades de esparcimiento quedan relegadas por el hecho de pasar horas y horas pasando las páginas de tal libro.

Como maestra, si hay alguien que disfruta los libros que lee, esa soy yo. Amo la literatura infantil y las expresiones que logro ver en los rostros de los más pequeños cuando escuchan una historia, aspiro tener siempre esa capacidad de asombro, la posibilidad de disfrutar lo sencillo y vivir desde los detalles sin importar las muecas que haga.

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